Hace unos meses, Daniel Centeno nos explicó la diferencia entre realismo mágico y real maravilloso (y otros formas de lo inverosímil en la literatura), y hoy regresa a Relatos Magar para hablar de Samanta Schweblin, una autora que demuestra las múltiples posibilidades que ofrece el género fantástico para explorar la realidad. El análisis que Daniel Centeno hace de esta autora argentina y de sus cuentos hará que no vuelvas a mirar el género fantástico de la misma manera, ya verás.
Samanta Schweblin: los códigos del género fantástico,
por Daniel Centeno
—Hola, papá.
Mi nena era realmente una dulzura,
pero dos palabras alcanzaban para entender
que algo estaba mal con esa chica,
algo seguramente relacionado con la madre…
Pájaros en la boca, de Samanta Schweblin
Los géneros literarios: ¿limitación o punto de partida?
Las reglas del juego de lo fantástico fueron ya dilucidadas por autores como Todorov, quien apuntaba que lo fantástico es el viaje que se hace en una historia entre aquello que es extraño (que puede ocurrir, pero que es atípico) y lo que es maravilloso (aquello cuya existencia desafía las reglas de nuestro mundo). A cuento viene también el realismo mágico, donde lo real causa extrañeza y lo fantástico no es sino algo cotidiano, una parte natural del funcionamiento de las cosas.
A veces pienso que quizá debí habérmela llevado conmigo,
pero casi siempre pienso que no.
A unos metros del televisor, junto a la ventana, había una jaula.
Era una jaula para pájaros —de unos setenta, ochenta centímetros—,
colgaba del techo, vacía.
—¿Qué es eso?
—Una jaula —dijo Sara, y sonrío…
Pájaros en la boca, Samanta Schweblin
Sin embargo, los géneros solo son una pauta, un punto de partida, no una limitación. Es el caso de Samanta Schweblin (Buenos Aires, Argentina, 1978) y su libro Pájaros en la boca (2009), ganador del premio Casa de las Américas en 2009. En él, los cuentos lindan en los bordes de aquellos géneros tan perfectamente diferenciados desde la teoría. La autora da cuenta de ello: «Me interesan mucho las historias que ponen en duda lo que asumimos como normalidad».
¿Qué es real y qué es fantástico?
Lo normal no es sino un código. Apunta, además, que la forma y estilo de su escritura se deben más a autores como Raymond Carver que a Julio Cortázar. En una entrevista para Vice, afirmó que la etiqueta del género la asusta a veces: «… el lector que busque fantasmas, brujas y mundos paralelos va a llevarse una desilusión». Para Schweblin, lo fantástico está en los detalles mínimos. «Un detalle, un gesto, una sospecha, que abre la historia a la posibilidad de otra cosa. Creo que una de las cosas que más me fascinan cuando escribo es lograr correr el velo entre lo “normal”, y lo “anormal”, comprobar una y otra vez que lo que consideramos normal a veces no es más que un pacto social, un espacio cerrado y seguro que nos permite movernos sin vislumbrar nunca lo desconocido. Pero lo desconocido no es lo inventado ni lo imposible, ¡por favor!».
Uno de los mejores inicios de un cuento, según la autora, es el de Visor, de Raymond Carver:
Un hombre sin manos llegó a la puerta
para venderme una fotografía de mi casa.
Aparte de sus garfios de cromo,
parecía un hombre ordinario de unos cincuenta años.
—¿Cómo perdió sus manos? —le pregunté
después de que me dijo lo que quería.
—Esa es otra historia —dijo—. ¿Quiere esta foto o no?
—Pase —dije—. Acabo de hacer café.
Acababa de hacer gelatina, también. Pero no le dije al hombre eso.
Los cuentos de Samanta Schweblin
Los cuentos de Samanta Schweblin están llenos de esa extraña limitación de información. Uno alcanza a sentir que hay algo ahí que no nos están diciendo (un poco como ese hombre con garfios que prefiere hablar de una fotografía, o el hombre que hizo gelatina, pero lo ocultó). Quizá porque escribe como lectora, dice ella, pensando siempre en una voz narrativa autoritaria que no deje duda de que posee el control de lo que narra, en quien confiamos como quien confía en sus padres para ser guiado por un buen camino.
Tal vez, sentimos la extrañeza porque Schweblin se toma su tiempo al estirar el hilo de la tensión sin romperlo jamás, y sin mostrarnos nunca, tampoco, toda la hilaza. En diversas entrevistas, la autora compara la tensión narrativa con la de un hilo del que nunca se debe alcanzar su origen, uno que siempre se ha de mantener estirado sin importar cuánto avancemos los lectores.
«Mariposas», de Samanta Schweblin
En una entrevista para Pousta, Samanta Schweblin afimaba: «El amor que un padre o una madre puede sentir por un hijo debe ser el amor más auténtico que existe sobre la faz de la tierra, más generoso y leal, y sin embargo, no deja de ser un amor peligroso». Según la autora argentina, «cuando nosotros formamos al otro, también lo estamos deformando». La deformación a la que sometemos al otro con nuestro amor puede ser peligrosa, en tanto que limitamos su experiencia del mundo. No le decimos todo. No podríamos, en realidad.
En su libro Pájaros en la boca, la autora despliega diversos mecanismos que van de lo extraño a lo fantástico, y de lo fantástico a lo maravilloso. En todos ellos, sin embargo, persiste una sospecha. Por ejemplo, su cuento «Mariposas» trata de un padre que espera a su hija a la salida de la escuela. Junto a él, otros padres esperan a sus hijos. Justo entonces, de las puertas de la escuela, sale una mariposa, que revolotea alrededor del padre protagonista, quien, sin querer, termina apretándole las alas, condenándola para siempre a no volver a volar. Ante la mirada atónita de otros padres, decide aplastarla para evitarle sufrimiento. Un momento después, un montón de mariposas salen de la escuela.
Algunos padres todavía se amontonan frente a las puertas
y gritan los nombres de sus hijos.
Entonces las mariposas, todas ellas en pocos segundos,
se alejan volando en distintas direcciones.
Los padres intentan atraparlas.
Calderón, en cambio, permanece inmóvil.
No se anima a apartar el pie de la que ha matado,
teme, quizá, reconocer en sus alas muertas
los colores de la suya.
El cuento, de poco más de 500 palabras (un cuento que bien podría pasar por microficción), abre con la ilusión de encontrar a una hija al salir de la escuela y concluye con un parricidio (eso, claro, si admitimos que la mariposa sí es la hija, y no una extraña coincidencia).
«Pájaros en la boca», de Samanta Schweblin
Otros cuentos de Schweblin siguen la estela de la familia como eje capital de lo extraño, como «Pájaros en la boca» (al que pertenecen algunas citas de este texto). En él, un padre se niega a aceptar que su hija come pájaros —pájaros crudos, puestos en una jaula por la madre—, llevándola al borde de la muerte por inanición al negarse a que su hija siga con el hábito.
Al final, sabiendo que comer pájaros no es lo peor que podría hacer su hija, decide llevarle él mismo un pájaro a la habitación para que lo coma. El personaje reconoce:
Pensé en cosas como que si se sabe de personas que comen personas
entonces comer pájaros vivos no estaba tan mal.
También que desde un punto de vista naturista es más sano que la droga,
y desde el social más fácil de ocultar que un embarazo a los trece.
Pero creo que hasta la manija del coche seguí
repitiéndome come pájaros, come pájaros, come pájaros, y así.
El cuento pone en evidencia no solo su lectura de lo que es real, sino de los mecanismos a través de los cuales ocurre. Así, no extrañaría que lo peculiar de las situaciones que narra la autora se deba a un realismo amenazante, de ausencia y omisión, como lo era el de Carver, y no un ejercicio de cuento fantástico propiamente hablando (no en todos los casos).
El papel del lector en las historias fantásticas
La misma Samanta Schweblin dice, en otra entrevista, que lo fantástico pareciera ser, en la lectura de sus cuentos, algo que busca o adjudica el lector, como el código que elige para dar sentido a las historias.
… Silvia [su madre] me hizo una seña para que la siguiera a la cocina.
Fuimos hasta el ventanal y ella se volvió para verificar que
Sara no nos escuchara.
Seguía erguida en el sillón, mirando hacia la calle,
como si nunca hubiéramos llegado. Silvia me habló en voz baja.
—Mira, vas a tener que tomarte esto con calma.
—Deja de joderme. ¿Qué pasa?
—La tengo sin comer desde ayer.
—¿Me estás cargando?
—Para que lo veas con tus propios ojos.
—Aha… ¿Estás loca?…
Basta preguntar, hasta este punto, ¿es acaso probable que la asunción de lo fantástico se deba a los lectores, más que al contenido en sí de lo narrado o a los medios a través de los cuales se cuenta?
Algunas de sus historias dan cuenta de una realidad insospechada, extraña, pero perfectamente plausible. Real. En otros cuentos, algunos más difusos en esa línea, recurre a la misma peculiaridad en el modo de omitir lo que ocurre (como ese «no pude ver lo que hizo») para generar la sensación de irrealidad, de que hay algo más que se le escapa al lector. Que no es, en el caso citado por ejemplo, solo una niña que come pájaros, sino que esa niña debe ser algo más, debe esconder esa imagen, poderosa eso sí, algo de irreal.
Lo mismo sucede con «Mariposas»: ¿acaso la autora nos da una pista de que los niños no van a salir? Los otros padres miran extrañados al protagonista pisando la mariposa, pero ¿no lo haría cualquiera, siendo las mariposas uno de los insectos que socialmente se consideran de mayor belleza? ¿No es en ese caso el lector quien asume que está frente a una historia fantástica, como en el de «Pájaros en la boca»?
La misma pregunta podría hacerse no solo a los cuentos de Samanta, sino a lo que entendemos por literatura fantástica en general. ¿Dónde está el género fantástico: en el texto o en los códigos del lector para leer la realidad? Y en esa sospecha, quizá, es donde se halla la riqueza de un género al que le queda muchísimo por explorar.
Y tú, ¿conocías a Samanta Schweblin?

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Escondido entre montañas, Pesinistra es un pueblo hostil incapaz de sacudirse los prejuicios. De Elisa dicen que lleva el demonio dentro por el color de su pelo. Ella no está dispuesta a tolerar su desprecio y se marcha a la gran ciudad. Pero allí no encuentra un futuro mejor y regresa al pueblo, donde solo le queda la mala vida que le vaticinaron.
Armada con el odio que han sembrado en ella, hará un juramento que sellará el destino de sus descendientes y de Pesinistra.
Adéntrate en esta saga familiar de realismo mágico en la que cinco mujeres buscan su lugar en el mundo.
9 Comments
Conocía a la autora de nombre, pero después de leer este análisis corro a buscar sus libros. ¡Muchas gracias!
¡Que disfrutes con sus libros!
Saludos.
Uno de los artículos sobre el género fantástico más completos y mejor documentados que hay por allí en Internet. Mis ovaciones de pie, tanto para Esther como para Daniel.
Muchas gracias por tus palabras. Pero la ovación entera es para Daniel. Es una suerte contar con sus reflexiones. 🙂
Hola, Esther:
Gracias por entregar este post tan ilustrativo.
Daniel ha puesto sobre la mesa los ingredientes esenciales de la fantasía y lo mágico. Me queda estudiarlos y practicarlos.
La cantidad de fuego va por mi cuenta. Daniel enseña cómo graduarlo y hasta qué tanto usar. Aunque Samanta es una experta porque su fuego es sagrado.
Gracias por todo.
Me alegra que te haya sido útil.
Gracias a ti por comentar.
Tengo preguntas sobre el cuento de “Mariposas”:
¿Cuál es la intención de Calderón al tomar la mariposa?
¿Qué sensación final dejó la mariposa en Calderón?
¿En qué momento irrumpe lo extraño en el relato?
¿Quiénes son las mariposas? ¿Cómo te diste cuenta? ¿Cómo se denomina este proceso (frecuente en la literatura y en la naturaleza)?
Hola, Leonel:
Soy Esther, administradora del blog, pero como indica el artículo, el autor del mismo es el escritor Daniel Centeno, así que yo no puedo responderte, lo siento.
Muy buena síntesis.
Excelente Schweblin. Polimorfa y valiente en su escritura.
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