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Leísmo, laísmo y loísmo: trucos para evitar errores

02/09/2020
leísmo laísmo loísmo trucos para distinguirlos

El primer paso para superarlo es reconocerlo: soy leísta. Pero lo estoy dejando, eh. No es culpa mía, nací en Valencia, y aquí es muy común, igual que los madrileños tienen fama de laístas. Tan acostumbrada estaba a ponerle le a todo que no me percaté de mi error hasta que me formé como correctora. Fueron las normas que más me costó interiorizar. Ahora siempre estoy alerta para no caer en el leísmo.

Hoy he invitado a Silvia Barbeito, compañera correctora implacable con los leísmos. A mí me ha dado algunos trucos, y le he pedido que los comparta contigo para que tú tampoco vuelvas a confundirte.

TRUCOS PARA EVITAR EL LEÍSMO, EL LAÍSMO Y EL LOÍSMO

Llevo leyendo desde que tengo uso de razón, corrigiendo desde hace años y escribiendo cuando tengo tiempo, ganas y la vida me lo permite.

Cuando Esther me preguntó si quería escribir un artículo con trucos para evitar el leísmo (y el laísmo y el loísmo), contesté que sí sin pensármelo mucho. Por dos razones: una, soy una inconsciente. Me gustaría decir otra cosa, pero a estas alturas de la película ya no merece la pena. Soy una inconsciente y no hay más que hablar, porque ni la RAE se aclara con este tema y, si les preguntas, te quedas con la cabeza girando sobre el cuello en plan Niña del Exorcista.

La segunda razón tiene más que ver con mis ancianos y cansados ojos: odio el leísmo con todas mis fuerzas. Y aquí es donde dirás lo de siempre: «El leísmo está admitido». Ajá, claro. También está admitido almóndigas, y no te veo usarlo. Sí, puedo escuchar tu voz airada: «No es lo mismo». Sí, sí lo es. Admitido no significa correcto. Te pongas como te pongas, cachorrito. Y cada vez que leo un «Le miró a los ojos» quiero arrancártelos y hacer que te los comas.

Así que voy a intentar —y esa es la palabra correcta, porque sé que es una batalla perdida de antemano. O de antebrazo, incluso— dejar aquí un par de trucos para que evites, al menos, los leísmos más flagrantes.

El origen del leísmo

Antes de nada, vamos con un poco de contexto, por esto de fingir que sé un montón. El leísmo surge en Castilla en la Edad Media porque… No sé, ¿porque el castellano evoluciona y a la gente se le da fatal el latín? Es la explicación más lógica que se me ocurre, porque en latín todo está muy clarito: tenemos el dativo y tenemos el acusativo. El primero se usa para los complementos indirectos y el segundo para los directos. Y hay pronombres de dativo y pronombres de acusativo. Simple.

Pues no. No debe de ser (otro día te hablaré de los debedé) tan simple, porque se deja de diferenciar entre dativo y acusativo y se pasa a diferenciar masculino y femenino y a distinguir entre persona y cosa. Y, a veces, entre contable e incontable. ¿Por qué? Yo qué sé, por hacer del trabajo de las correctoras un infierno más grande del que ya es.

De este modo, le (s) pasa a ser el pronombre para el masculino de persona, lo (s) para el masculino de cosa y la (s) para el femenino de persona. Algo mucho más sencillo que usar le (s) para el complemento indirecto y lo (s), la (s) para el directo, dónde va a parar. Nota: esto es ironía. Soy gallega. La ironía se me presupone. Y ahí es donde tienes el primer truco para no ser leísta: vuelve a nacer y evita Castilla.

En Galicia apenas hay leísmo. De hecho, hasta tenemos la única lengua romance que todavía conserva un doble pronombre átono de segunda persona (te y che), porque somos así de chulos. Si te lías con lo, la, le, imagina que tienes que hacer frente a que haya una diferencia entre preséntote y preséntoche. Que no la voy a explicar, porque no me daría la vida. Pero la hay.

Truco #1: Diferencia entre complemento directo y complemento indirecto

El «truco» más sencillo para saber si tienes que usar le o la/lo es determinar si funciona como complemento directo o indirecto.

«Oh, gracias, Silvia, ¿cómo no se nos había ocurrido? Con lo fácil que era…».

No me ironices, no me ironices, que ya te he dicho que soy gallega, cachorrito, y en cuestiones de sarcasmo e ironía estás en manos de una profesional que te puede dar una paliza digna de una baja por depresión.

El problema que tienes a la hora de distinguir un complemento directo de uno indirecto es que en el colegio te lo enseñaron mal. Sí, lo siento, tu profesora no lo sabía todo, la vida es así de dura. Y espera a que un día te cuente lo de los Reyes Magos. Esa señorita tan entregada te dijo que para distinguirlos había que preguntarle al verbo qué para el objeto directo y a quién o para quién para el indirecto. Claro. Perfecto. Lo que pasa es que, si hablamos de personas, qué pasa a ser a quién, más que nada por esto de que las personas solemos llevar la preposición a delante.

Sí, ya, no estás entendiendo nada. Vamos con los sacrosantos ejemplos:

Quiero a Juan.

Quiero un coche.

Querer a alguien o querer algo. Juan es una persona (al menos hasta que se demuestre lo contrario) y va precedido de la preposición. Coche es una cosa (me importa un pimiento que adores tu coche) y no lleva preposición. Pero ambos, en los ejemplos que he puesto, funcionan como complementos directos: ambos reciben de forma directa la acción del verbo. Envías una carta (el verbo enviar referencia de forma directa a carta) a alguien (que recibe la acción de forma indirecta. No es lo que envías, vamos). Le envié una carta. Pronombre átono de complemento indirecto. Y si lo pones todo con pronombres, le pasa a ser se. Se la envié.

Así que, cuando dudes, fíjate si el verbo hace referencia al pronombre o no.

El famoso la pegó puede ser correcto si hablamos de pegar a alguien a una pared. Tiene el significado de adherir y sí, puedes pegar a una persona a la pared, directamente. No, no lo intentes en casa. Así que piensa en el significado que tiene el verbo y a qué hace referencia. Lo miró a los ojos, pero Le miró los ojos. Lo señaló, pero Le señaló el cartel. La dijo (la frase), pero Le dijo que no fuera.

Truco #2: Cambia el género

A veces también funciona cambiarle el género al átono, porque, verás, sí, el leísmo está admitido, pero solo en masculino singular. En masculino plural y en femenino, no. Puedes decir —te odio— Le vio llegar, pero solo si vio llegar a alguien de género masculino. Si dices La vio llegar, entonces tienes que decir Lo vio llegar. Si eres laístas este truco no te va a servir, pero en ese caso solo me queda volver al primer consejo: nace fuera de Castilla.

Truco #3: Transforma la oración a pasiva

Otra forma de diferenciar ambos complementos es transformar la oración en pasiva, así el complemento directo funcionará como sujeto paciente.

Vi a María/la vi.

María fue vista por mí.

El problema que tiene este truquito es que, más veces de las que nos gustaría, la frase queda rara de narices, o que el complemento directo no aparece, y ya la liamos. De hecho, creo que el problema con los la dije y la pegué viene por ahí, porque el complemento está elíptico, ya que, en realidad, es le dije (algo) o le pegué (una bofetada). Pasa: Y entonces, alzó la mano y le pegó a pasiva y me cuentas. Yo no quiero hacerlo.

Pero, resumiendo, si aprendes a hacer las preguntas correctas (acuérdate de que las personas siempre cargamos con la preposición) y a distinguir el complemento directo del indirecto, ya tienes todo el trabajo hecho.

O no.

No, porque, y esto ya es para nota, hay un puñadito de verbos que traen de cabeza al más pintado, y que, incluso, si los haces funcionar con complemento directo te van a acusar de laísta o loísta.

Son los de afección psíquica, los de influencia, los de percepción y los que, por esta mierda de que el lenguaje está vivo y evoluciona, los que están cambiando de régimen (eso no quiere decir que hayan dejado la dieta, luego te explico). Entre otros.

Verbos de afección psíquica

No, venga, no te pongas a llorar tan pronto, espera a que me explique y ve a buscar una cuchilla bien afilada y a llenar la bañera.

Los llamados verbos de afección psíquica admiten acusativo (complemento directo) o dativo (complemento indirecto), dependiendo de si el sujeto es agente activo y de su grado de voluntariedad.

Desde aquí puedo ver tu cara de incomprensión y tu puntero acercándose al botón que cierra la ventana del navegador. Dame unos segundos, que esto tiene tela.

Mi padre lo asustó / Mi padre le asustó.

Depende de si papá tenía intención de asustar o no. En la primera frase, sí. En la segunda, no.

Truco #4: Prueba con matar

Yo aquí sugiero que lo pases al verbo matar. No es lo mismo Lo mató el geranio que le mató el geranio. Y si no ves la diferencia, no pienso cuidar tus plantas. Quizá tú no hayas visto La pequeña tienda de los horrores, pero yo sí.

Truco #5: Cambia el orden de la oración

Pero, espera, que la trama se complica. Si la frase con el verbo de afección tiene un complemento directo, entonces se tiende a construir con el átono de dativo. Y si no lo tiene, con el de acusativo. Te pongo el ejemplo de la RAE, porque para qué pensar más a estas alturas, que ya debes haberte ido o estás muy confuso.

Asombro a mi madre (la asombro).

A mi madre le asombra mi apetito.

Visto así, y si ya sabes distinguir entre complemento directo e indirecto, parece fácil, pero, ojo, aquí la menda le preguntó a la RAE y le respondieron que eso era una tendencia. Ten-den-cia. Pero que es correcto el uso de dativo y de acusativo. Genial, ¿no? Pues no, porque si pones [] la asombra mi apetito, te van a acusar de laísta. Ten también en cuenta que depende de dónde sitúes el complemento. Si va antepuesto, el átono tiende a ser de acusativo: Mi apetito la asombra. Si va pospuesto, pues eso, de dativo. Así que, como truco, pues cambiad el orden de la oración. O deja le si te rechina mucho, porque eso quiere decir que le va a rechinar a todo el mundo.

Verbos de influencia

Vale, estos suelen tener la estructura: verbo de influencia + complemento de persona + verbo subordinado —en infinitivo o precedido de de que— o un nombre de acción.

Aquí tienes la opción de tirar de memoria: con permitir, prohibir, proponer, impedir, mandar y ordenar siempre se usa pronombre de dativo.

Con los que llevan, además, un complemento de régimen, esto es, un complemento precedido de preposición, como obligar a, invitar a, convencer de, incitar a, animar a, forzar a, autorizar a, el complemento es de acusativo. Y cuando hacer y dejar funcionan con sentido causativo (es decir, como obligar o permitir) tienden a construirse con dativo si tiene complemento directo y con acusativo si no lo tiene. Pero, insisto, esto es como lo que te comentaba en los verbos de afección: solo tienden. Y la RAE dice lo mismo que con ellos, así que te recomiendo lo mismo.

Truco #6: Prueba con obligar o permitir

Pero, vamos, que el truco con esos Lo/le hizo arrepentirse, le dejó hacerlo es cambiar el verbo por obligar o permitir: Lo obligó a arrepentirse. Le permitió hacerlo. Ahí se ve mucho más clarito, mientras que en el primer ejemplo se te ha ido el dedo al le, ¿verdad?

También te digo, si te encuentras esas frases, que son peligrosísimas, siempre puedes usar el truco punki de reescribirlas y allá la RAE y sus paranoias: Lo/le hizo levantar la cabeza. Mira, paso: Hizo que levantara la cabeza. Y a tomar viento.

Verbos de percepción

En cuanto a los verbos de percepción, pues pasa la misma tontería. Pero hazme el favor de Llamarlo por teléfono, y no llamarle, de verlo y no verle (a no ser que le veas algo. Y no, no me cuentes lo que le viste, gracias. No somos tan amigos).

En el caso de los que cambian de régimen…, mira, es que paso. En serio. Porque aquí, como te encanta llevar la contraria, pues has hecho el cambio al revés. Obedecer y ayudar tienden a construirse con dativo, como en el español medieval, en las zonas no leístas, pero por algún motivo que se me escapa, ahora han cambiado de régimen y se construyen con acusativo. Pues bueno, pues vale, pues me alegro. Así que puedes decir lo/le ayudo y lo/le obedezco. ¿Por qué? No sé. A mí no me mires. Yo no pongo las normas, esos son otros y yo me limito a obedecerles.

Y hasta aquí llegué, y será un milagro que a estas alturas todavía me acompañes, porque casi dos mil palabras hablando de algo que para mí es obvio y que para ti no lo será jamás tiene tela.

Si tienes alguna duda, comentario o sugerencia, o, sobre todo, si quieres llevarme la contraria… piénsatelo bien. Tengo mal carácter.


Muchas gracias, Silvia, por tus trucos para evitar el leísmo, el laísmo y el loísmo.

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Escondido entre montañas, Pesinistra es un pueblo hostil incapaz de sacudirse los prejuicios. De Elisa dicen que lleva el demonio dentro por el color de su pelo. Ella no está dispuesta a tolerar su desprecio y se marcha a la gran ciudad. Pero allí no encuentra un futuro mejor y regresa al pueblo, donde solo le queda la mala vida que le vaticinaron.

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Adéntrate en esta saga familiar de realismo mágico en la que cinco mujeres buscan su lugar en el mundo.

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2 Comments

  • Responder Lucas Herrador 05/09/2020 at 10:25 am

    Un artículo muy bueno. Tengo que releerlo con mayor atención porque sé que me va a ayudar mucho. Felicidades a las dos.

    • Responder Esther Magar 05/09/2020 at 10:42 am

      Espero que te sirva mucho. 🙂

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